sábado, 19 de abril de 2008

CIVILIZACIONES PRECOLOMBINAS

Departamento de Historia
y Ciencias Sociales
2do Medio

CIVILIZACIONES PRECOLOMBINAS

LOS MAYAS
Los mayas fueron una de las primeras civilizaciones preco­lombi­nas. Se desarrollaron desde el año 300 hasta el 1400 de nuestra era. Ellos habitaban lo que hoy es la Península de Yuca­tán, el Istmo de Tehuantepec, Guatemala y Belice.
Su arte fue tan extaordinario en sus obras monumentales, cuyo ejemplo es la pirámide de Tikal, como en las delicadas arte­sanías de barro y oro. Otras grandes ciudades fueron las ciudades de Chichén Itzá, Palenque y Tullum.
El comercio, facilitado por un notable sistema de carreras fue una de sus actividades más importantes. También, el cultivo de la tierra. Los cultivos principales eran de maíz, frijol, ají, zapa­llo, toma­te, mandio­ca.
Los mayas adoraban muchos dioses, eran politeístas; Chac, dios de la lluvia; Itzamo, dios del cielo; Ixchel, de la luna, etc. Los dioses también tenían sus ceremonias rituales, como por ejemplo, las de los sacrifi­cios humanos. En su mayoría sacrificaban a esclavos. Algu­nos dioses eran buenos y otros nefastos, y regían su vida cotidiana.

La sociedad
Los mayas no integraron un Estado centralizado. Toda ciudad cons­tituía un núcleo político independiente dirigido por un jefe absoluto, llamado «halach uinic», que ejercía su cargo con carác­ter heredi­tario asistido por un consejo de nobles y sacerdotes y por los «batab», que gobernaban los territorios provinciales.
La sociedad se caracterizó por una estricta división social en­tre:
• La nobleza, que constituía el estamento del que provenían fun­cionarios y sacerdotes
• Los comerciantes, que gozaban de determinados privilegios
• Los artesanos y campesinos, integrados al segundo grupo
• Los esclavos, reclutados entre los prisioneros de guerra o los condenados por delitos graves.
Los mayas realizaban sacrificios cotidianamente. Se hacían por decisión del sacerdote, máxima autoridad, para venerar a los dioses. Los consistentes en ahogar hombres, mujeres y niños en los estanques sagrados servían para evitar las grandes calamida­des y las intensas sequías.
Este pueblo tenía un sistema de escritura basado en jeroglí­ficos. Los hacían a mano, con pinceles, y utilizando tintas de varios colores. Así realizaron libros o códices, utili­zando un papel muy fino hecho con corteza de árbol en forma de tiras. Inventaron un sistema de numeración sobre la base de pun­tos y barras. Y, lo que es más llamativo, habían inventado el cero.

Historia
La civilización maya abarca dos períodos históricos bien defini­dos:
1. Imperio antiguo (siglos IV al X), que se extiende al sur de México, en Guatemala y Honduras
2. Imperio nuevo (siglos X al XV), centralizado en la península de Yucatán.
La cultura maya fue en decadencia a partir del 900. Al res­pecto se han emitido distintas hipótesis: cambios de clima, te­rremotos, epidemias, invasiones extranjeras, enfrentamientos internos, etc.

















LOS AZTECAS

Los aztecas fueron los últimos en llegar a la región de la meseta central de México. Ellos fundaron la capital de su civi­lización, Te­nochtitlán, hacia el año 1325 de nuestra era.
Tenochtitlán estaba ubicada en una isla, en medio de los lagos que ocupaban en esa época el centro del Valle de México. A su alrededor, los aztecas habían hecho un sistema de di­ques y cana­les para evitar inundaciones.
Desde 1376 -fecha de la elección del primer monarca azteca- hasta 1520 -en que se produce la guerra con los conquistadores- este pueblo aumentó su dominio en la región sobre la base de una confe­deración integrada por tres ciudades: Tenochtitlán, Texcoco y Tacuba, cuyo poderío se extendió por el centro, sur y parte del este del actual territo­rio mexicano.
En la época de su último jefe, Moctezuma (1502-1520), los azte­cas llegaron a su máximo esplendor. Sin embargo no eran una na­ción en el sentido moderno de la palabra: faltaba una verdadera unidad cultural, lingüística y social. Dentro del imperio, los pueblos sometidos debían pagar fuertes tributos, las sublevacio­nes eran frecuentes y el estado de guerra casi permanente.
El monarca («tlacatecuhtli», señor de hombres o de guerre­ros) era elegido por un consejo de grandes señores. Como jefe supremo ejercía funciones militares, civiles y religiosas, pero su cargo no era hereditario.

La sociedad
Estaba dividida fundamentalmente en dos estratos: los sacer­dotes y los nobles, por un lado, y por el otro, los plebeyos. En el me­dio, se encontraban los artesanos y comerciantes. La unidad so­cial más pequeña era la familia.
Varias familias formaban un «calpulli», que era una organi­zación fundamental para la produc­ción. La estructura social de la ciudad se sustenta­ba en 20 «calpu­lli», cada uno de los cuales elegía un jefe o «cal­pu­llec», cuya función con­sistía en proteger y defender su juris­dic­ción y en mantener al día el registro de las tierras pertene­cien­tes al calpulli.
Otro importante funcionario, el «te­cuhtli» era el encargado de dirigir las tareas policiales y el recluta­miento de los futu­ros guerre­ros, en tanto un sacerdote atendía todo lo relacionado con el culto religioso. Existía ade­más un consejo de ancianos que aseso­raba al calpullec.
Fue la cultura prehispánica que alcanzó mayor poderío econó­mi­co y militar. La agricultura fue su actividad económica funda­men­tal y el maíz, su alimento básico. La religión junto con la gue­rra fueron los pilares fundamentales de su brillante impe­rio.
Los mercados constituían grandes centros de intercambios. En ellos se concentraba toda la producción, a tal punto que su gran variedad, riqueza y colorido impresionaron vivamente a los con­quistadores españoles cuando arribaron a Tenochtitlán.

La religión
Los aztecas adoraban a numerosos dioses. Eran politeístas, al igual que los mayas. En los dioses veían reflejadas sus ideas sobre la vida y los fenómenos naturales. Entre los más populares e importantes se encuentran el dios del Sol, Tonatiuh, y Meztli, la Luna; Huitzilopochtli, colibrí zurdo, dios principal de Te­nochtitlán y deidad de la guerra; Quetzalcóatl, serpiente emplum­nada, dios de los vientos.
Los aztecas tenían dos tipos de calendarios; uno se basaba en los movimientos del sol y se usaba para ordenar la agricultu­ra. Tenía 365 días como el nuestro. El otro era un ca­lendario ritual mágico y sagrado y según parece se guiaba por los movi­mientos de Venus.
Los templos se construían para adorar a los dioses. Estaban ubi­cados en el centro de la ciudad, frente al palacio real. Esta­ban hechos de piedra y argamasa, y cubiertos por fuera con figu­ras talladas en forma de pirámides con la cima plana. Cada 52 años se cumplía un ciclo del calendario azteca; con esa frecuen­cia ellos le agregaban a los templos principales una capa más y volvían a encender el fuego nuevo de la ciudad.

Los sacrificios
Al creer que los dioses regían las fuerzas universales era preci­so que el hombre participara entregando su sangre como ali­mento de la divinidad a manera de compensación.
El sacrificio más común que efectuaban los sacerdotes, con­sis­tía en arrancar el corazón a la víctima, cuya carne después era comida. Había épocas consagradas a la inmolación de niños y man­cebos. Se ofrendaban víctimas para solicitar de los dioses llu­vias, buenas cosechas u otros beneficios considerados divinos.










































LOS INCAS

Es muy difícil definir qué es mito y qué es historia en el origen de la civilización inca. Los cronistas hablan de la suce­sión de trece emperadores, cuyas conquistas construyeron un impe­rio for­midable que, a la llegada de los españoles, abarcaba los actuales territorios de Perú, Ecuador, Bolivia, el norte de Chile y el noroeste de Argentina.
Una de las leyendas más difundidas ubica el origen de los incas en Paccartambo, población cercana a Cuzco, de donde habían salido cuatro hermanos, hijos del Sol: Manco Capac, Ayar Auca, Ayar Cachi y Ayar Uchu.
El mito relata las hazañas de Ayar Cachi, tan hábil con la honda que con cada piedra que tiraba podía derribar una montaña o hacer un valle. Sus hermanos, envidiosos, lo ence­rraron para siempre. Finalmente sólo quedó Manco Capac, pues los otros dos se convir­tieron en ídolos de piedra.
Manco, junto con su esposa y hermana Mama Ocllo, se detuvo en Cuzco, y en el lugar donde la fertilidad de la tierra permitió hundir un bastón de oro, construyó su casa, reservó el lugar para el futuro templo del Sol y creó la estirpe de los «incas», des­cendientes directos de Inti, el dios Sol.
La historia ha podido reconstruir aproximadamente los acon­teci­mientos a partir de la llegada al trono del noveno de los 13 soberanos que sucedieron a Manco Capac: Pacachuti Yupanqui, que gobernó entre 1438 y 1471. De éste hasta su bisnieto Atahualpa
(último monarca, muerto por orden del conquistador español Fran­cisco Pizarro en 1533), pasó un siglo, del que los cronistas españoles pudieron recoger numerosos relatos y tradiciones que permitieron luego saber cómo vivían los incas, cuáles eran sus costumbres y creencias.


La organización política
El término «incas» con el se designa a este pueblo ha perdi­do su sentido originario. «Inca» era el título del soberano del imperio que, por extensión, podía ser conferido a los miembros de su familia.
Como jefe absoluto del imperio, el Inca poseía poderes ili­mita­dos: legislaba, era sumo sacerdote y comandante de sus ejér­citos. Como descendiente del Sol, su persona era sagrada y ante él se debía estar descalzo en señal de sumisión. Su mujer princi­pal era elegida entre sus hermanas y su rango era semejante al del sobera­no. Acompañaban al Inca, además de sus esposas y concu­bi­nas, todos sus parientes y los miembros de la alta nobleza. Su heredero era aquél de sus hijos a quien él considerase más capaz para el cargo, lo que provocaba luchas e intrigas entre los riva­les en la sucesión.
Culti­var en la lade­ra de una montaña resultaba muy complica­do, pero los incas lo resolvie­ron mediante enormes terra­zas, con paredones de piedra, para retener el agua que lle­gaba de los arroyos a través de ace­quias y cana­les.
La base de la organización social era el «ayllu»: una comu­nidad de familias y la tierra que compartían para vivir y sem­brar. La comunidad tenía supuestamente un mismo antepasado, al que le rendían culto, y una autoridad llamada «curaca». De la tierra común se otorgaba a cada padre de familia una parcela, llamada «chakra», para su cultivo. Otra porción era trabaja­da entre todos y su producto destinado a los enfermos e incapaci­tados. Otras se reservaban al emperador y su familia.
Para su administración, el imperio se dividía en cuatro partes. La suma de todo el territorio que abarcaban se llamaba «Tahuanti­suyo», que quería decir «las cuatro direcciones» y éstas eran: Chinchasuyo, que abarcaba el norte de Perú y Ecuador; Anti­suyo, que se extendía desde la cor­dillera hacia la selva amazóni­ca, al este; Contisuyo, desde la cordillera hacia la costa, en el oeste; Collasuyo, que incluía el sur del Perú, parte de Chile y Bolivia y el extremo noroeste argentino.
Estas grandes regiones se dividían a su vez en «humanis» o pro­vincias, y cada humani en varias «sayas», que a su vez se compo­nían de ayllus.

La organización económica
En el imperio incaico no se conocía la moneda, ni los im­puestos. Pero los campesinos estaban organizados para cultivar, en días prefi­jados, las tierras del Sol y del Inca.
También existía un régimen especial, llamado «mita» por el cual todos los hombres que tuvieran entre 25 y 50 años debían servir durante un cierto período al Estado, construyendo caminos, edifi­cios, o trabajando en las minas.
Las comunidades rurales prosperaron debido a la prác­tica de la agricultura y la ganadería. Muchas eran las especies vege­tales cultivadas para la alimentación, pero también para la medi­cina y para la industria (por ejemplo, para producir tintu­ras). Se ha­cían experimentos para producir nuevas variedades de algunos cultivos. Así, alcanzaron a tener 70 variedades de papa o cerca de 30 de maíz. Otros cultivos importantes eran la calaba­za, el frijol, la batata, el pimiento, el maní, la coca.
La domesticación de la llama y la alpaca dieron un carácter único a la civilización incaica. La llama fue usada como animal de carga y alimento, y la alpaca, por su espeso pelo, para la in­dustria textil. También cazaban vicuñas, con cuya lana elabora­ban finos tejidos. Para la construcción de palacios, templos y otros edificios uti­lizaban grandes bloques de piedra, tallados y enca­jados. Las ruinas más famosas que se conservan son Macchu Picchu y la forta­leza de Sacsahuamán.
Los incas no escribían pero tenían un método para registrar da­tos, por medio de un «quipu»: una soguita de la que colgaban varios hilos. Con ellos se hacían nudos de distintos tamaños y colores que, según su ubicación, tenían significados diferentes.
Cuando llegaron los españoles, el imperio ocupaba más de tres millones de kilómetros cuadrados y lo habitaban entre 11 y 12 millones de personas.


La sociedad
La sociedad incaica presentaba grandes diferencias entre sus miembros. La nobleza estaba integrada por los familiares del Inca y los altos funcionarios del imperio. Constituían un grupo privi­legiado cuyos miembros fueron llamados «orejones» por los españo­les pues tenían las orejas deformadas por el peso de lujosos colgantes.
Los sacerdotes también constituían un sector privilegiado. A la cabeza de ellos se hallaba el «ruillac-umu», generalmente parien­te cercano del Inca. Luego, en línea jerárquica, se encon­traban los adivinos o «achic», los confesores o «ichori» y los magos.
Los artesanos y contadores gozaban de algunas facilidades. Los más aptos se desprendían de su ayllu y pasaban a depender direc­tamente del Inca.
Los hombres adultos que tenían a su cargo el cultivo de la tie­rra, el cuidado del ganado constituían los «puric». Por debajo de los puric se hallaban los «yanaconas», clase de sirvientes hereditarios muy próximos a la esclavitud, e integrada por des­cendientes de pueblos rebeldes y de aquellos que habían cometido un delito grave.

La religión
Los incas, al igual que los demás pueblos precolombinos, eran politeístas. A sus dioses les atribuían forma y comporta­miento humanos: se casaban, se peleaban, se amigaban. El más importante era Huiracocha, dios creador. Los dioses principales tenían que ver con fuerzas poderosas como la lluvia, el rayo o la tierra. Se les daba distintas ofrendas, según qué se pedía y a cual dios se formula­ba el pedido.


2 comentarios:

Unknown dijo...

profe, esta bueno el material, me lo lei todo, pero mande material de las culturas de Chile, y especialmete de los Araucanos, en la PSU de Historia, gracias por todo...is coming...

Jorge Escudero

Unknown dijo...

```...en la PSU de historia preguntan bastante de los mapuches...´´ me faltó agragarle eso a mi comentario anterior.